¿Y TÚ QUÉ PIENSAS DEL AHORRO?

En mi clase de matemáticas les pregunte a mis alumnos de décimo ¿Les gustaría ahorrar? El silencio fue total. Luego se miraron entre ellos y se escuchó una sonrisa general. Pedí que me compartan el chiste. Una niña de 16 años, hija del dueño del mejor almacén de la ciudad me dijo: Profe, a mi me dan mil pesos, y una gaseosa vale $1200. Otro dijo: mi papá dice que le gustaría ahorrar; pero los sábados mi mamá le pide para el mercado y hasta ahí llega el deseo. Un tercero comentó: ¿para qué ahorrar para mañana si de pronto no viviremos? No supe que decir, el mensaje estaba claro. Todos entendían qué es el ahorro y al parecer no creían en él.

Un país como Colombia, consumista, con una economía débil, dependiente, altos índices de desempleo y subempleo, unas instituciones comprometidas con hechos de corrupción y un país con un conflicto social y armado por más de 50 años no aporta en nada a la construcción de ciudadanos ahorradores. Así lo dejan ver las acotaciones de mis estudiantes que muestran unas familias con ingresos tan bajos que es imposible pensar en ahorrar. Por otro lado, un país en crisis social y con presencia de grupos armados ilegales, donde los índices de muertes violentas son altos, la desesperanza es general. Por eso, ahorrar para el futuro no es, en la juventud, signo de responsabilidad sino de bobería. 

Escribí en el tablero 2 + 2 + 4 + 4 = 12. Profe, dijo un chico pilas: 12 son los meses del año. Entonces se me ocurrió preguntar nuevamente. ¿Qué hacen ustedes en fin de año? Los muchachos respondieron en coro y con una sonrisa pícara: estrenamos. ¿Y saben ustedes que hacen sus padres para poder comprar los regalos y la ropa nueva que se estrenan en navidad?: Los chicos y las chicas buscaban la respuesta. Unos miraban el tablero, otros el cielo raso, otros cerrando los ojos interiorizaban sus ideas. Mi papá recibe otro sueldo. La prima, recalco otro ¿Y quién les da la prima de navidad a sus padres? Nadie, dijo el más grande de la clase. Esa plata es de mi papá, la empresa se la guarda para dársela en diciembre. 

La clase continuó, les dije que ese es un ejemplo de ahorro y traté de motivarlos para que economicen. Sin embargo, noté una desesperanza general. ¿Qué ahorrar en un país donde reina el desempleo, el subempleo y la miseria? ¿Qué ahorrar si los que ganan un salario sólo les alcanza para los gastos básicos? Seguimos hablando del tema y en una charla menos académica y más familiar mis alumnos me contaron en qué quisieran ahorrar. Las necesidades son variadas, desde un regalo para mamá o para el novio, hasta sueños más costosos como la compra de una moto, un carro, un viaje de vacaciones. Otros tienen ideales que duelen… bueno duele que no los puedan cumplir: pagar la libreta militar, completar el valor del primer semestre de universidad o costear el curso de enfermería, informática o secretariado comercial.

La historia no queda allí, con algunos estudiantes me encontré en la calle y seguimos hablando de lo mismo. Entonces uno de ellos me dijo: Profe, entiendo que usted quiera convencernos de que ahorremos; pero, ahorrar no siempre es bueno. ¿Por qué? El gobierno invierte grandes dineros en la guerra y ahorra en educación. Mire los resultados. Me sentí acorralado por sus argumentos, pero no pensaba en desistir. Mis pupilos deben aprender a ahorrar porque esa es la única forma de ser exitoso. Pensar en el futuro es un signo que habla de la responsabilidad del ser humano. Debo encontrar una razón que los motive a ahorrar.

En la siguiente clase les llevé ejemplos de personajes de la historia que se caracterizaron por una práctica ahorradora: Glorias del deporte que se hicieron con esfuerzo, muchachos pobres que nunca pensaron llegar a la presidencia, extraordinarios ingenieros que en la escuela sus padres no tuvieron para darles el uniforme y religiosas que nunca ahorraron esfuerzos para ayudar al prójimo y se santificaron. Lleve a un campesino del pueblo que les contó las desgracias de su familia y cómo cambió su vida, el día que rompió la alcancía que le regaló su padre. Ese día, según él, pudo comprar su mejor herramienta, una cartilla para aprender a leer.

Los estudiantes disfrutaron como nunca la clase que estuvo llena de anécdotas y curiosidades, bromas y gazapos. Ese día aproveche para hacerles una propuesta. Les dije que en el descanso compraran gaseosa por parejas. Compartieran el líquido y pagaran sólo una. Así, ahorrarían el costo de la otra mitad con un valor agregado: protegerían su salud, previniéndose de una gastritis. Los chicos aceptaron sin mayor entusiasmo, creo que lo hicieron más por solidaridad con migo y con mi clase.

Pasado unos meses el contexto social volvió a incidir. Unos padres de familia me abordaron para exigirme explicaciones. Consideraron injusto, ilegal y hasta de mal gusto quitarles la oportunidad, a sus hijos, de tomarse una gaseosa completa en el recreo. Hablaron de gratuidad educativa, del derecho a la libre personalidad, de la pobreza absoluta, de la autonomía de los padres y la ingenuidad de los muchachos. Me cuestionaron diciéndome: ¿qué va a hacer con la plata? Me amenazaron de informarme ante la secretaria de educación, de acusarme ante el personero municipal y hasta de hacerme descomulgar con el obispo.

Creo que todo estaba en contra de mí. La cultura de un país en contra del buen hábito del ahorro. ¿Qué puede hacer un maestro que, como yo, cree en el ahorro y desearía con alma y corazón que sus alumnos ahorren, precisamente como una salida a todas las dificultades esbozadas en este texto? ¿Qué hacer cuando hay muchas razones para ahorrar y pocas condiciones para hacerlo? ¿Qué hacer por la cultura del ahorro cuando la cultura del consumo está presente en todos los ámbitos de la vida social?

Creo que es mucho lo que podemos hacer los padres de familia y los maestros para hacer que las nuevas generaciones se formen en un ambiente familiar y/o escolar donde se promueva el ahorro. Sin embargo, es necesario que la cultura del ahorro sea promovida por el Estado y el gobierno nacional, en todos los ámbitos.

La cultura del ahorro no puede quedar subordinada a la cultura del consumo, de la corrupción, del narcotráfico, del facilismo, de la irresponsabilidad, de la mediocridad. Así como se premia a los que más compran debería premiarse a quienes ahorren. La formación en economía familiar debería ser parte de los programas de educación nacional, para que los docentes no seamos una voz solitaria.

A pesar de todo, yo, personalmente seguiré promoviendo el ahorro desde mi área de matemáticas y contabilidad. ¡Saben una cosa¡ aunque a tres alumnos tuve que devolverles su plata, por solicitud de sus mamitas, hoy en medio de la tristeza me embarga una felicidad. Los ahorros de todo el año servirán para pagar los funerales de Luis. Murió en un accidente de tránsito. Él creyó en el ahorro y lideró el grupo para que voluntariamente ahorraran parte de su diario. Luis soñaba con ser escritor, por eso, en su memoria me atreví a hacer este texto. ¡Que Dios le tenga ahorrado lo mejor del paraíso¡

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