MITO DE LA LUZ Y LA MONTAÑA

Los habitantes del güaico, en su mayoría Abades y Sindaguas, vivían maravillados de su tierra prodigiosa. En los días resplandecientes de calor, agradecían a sus Dioses las bendiciones por ellos otorgadas, representadas por los ríos y montañas, el cielo azul y la vegetación de verdes encendidos, expandida en la tierra manchada de oro y cubierta de alimentos por doquier. En los árboles, avecillas de vistosos colores entonaban hermosas canciones y educaban el oído de hombres y mujeres que luego se hicieron artistas de la flauta, la guitarra, el tambor y la trompeta.

Un día, los hijos de esta tierra confinados entre altas montañas se empezaron a preguntar ¿Qué hay más allá de las cumbres? ¿Por qué el sol alumbra en las mañanas tras del Cerro Hipud? Sus dudas e inquietudes no las solucionaron los caciques, ni curacas y tampoco los sabios abuelos.

Entonces, los más valientes, de los cuales no se contaban más de tres, decidieron subir al Monte Hipud. “Tocaremos la luz y la luz nos hará grandes”, sentenció uno de ellos. “Traeremos la nueva buena” dijo otro, esperanzado en volver con gratas novedades. El sol y la luna salieron y se escondieron, no una sino varias veces, y a los tres valientes nunca se los volvió a ver.

Pasaban los tiempos de verano con sus vientos y atardeceres más largos y pasaban los inviernos con la tempestad y los rayos, y los hijos de los Abades y Sindaguas se volvían a interrogar ¿Qué hay más allá de las cumbres? ¿Por qué el sol alumbra en las mañanas tras del Cerro Hipud?

Nuevamente y con más ínfulas aparecían otros valientes decididos a subir las escarpadas montañas, atestadas de misterios. “Traeremos noticias de los desaparecidos y descubriremos el mito de la montaña” manifestaban gozosos los nuevos caminantes.

Sin embargo, la suerte era igual, pareciese que la montaña se tragase a los peregrinos sin dejar rastro o señal. Subieron otros cuántos y otras cuántas tan valientes como indecisas y la historia se repitió. Dado las trágicas consecuencias los caciques prohibieron subir al Cerro Hipud, porque consideraron era una maldición de los Dioses. Reunidos en las orillas del río Puerchag el cacique dijo: “La luz es invencible, no es posible seguirla retando, como no es posible mirarla de frente, el camino de la montaña oculta la muerte y no es necesario buscarla anticipado.

Desde aquel tiempo dicen que en el Cerro Hipud se esconde la tragedia y que las lágrimas de los caminantes perdidos bajan por las quebradas susurrando su dolor. Dicen que quienes no se atrevieron a ver la luz aún viven en el güaico, enclaustrados entre montañas, y quienes alcanzaron la luz descubrieron decenas de caminos sin regreso.

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