EL APAGÓN

El día que lograron hacerla sonar don Segundo fue el primero que habló en la emisora: “Queridos paisanos, desde hoy nuestras casas se llenaran de alegría, la fantasía de la radio ha llegado a esta cara tierra. Por el aire viajaran las voces de nuestros locutores, cruzaran cañadas, subirán por los cafetales y llegaran a la cima de las montañas; recorrerán los cañones formados por los ríos Pacual y San Juan y seguirán las grandes montañas de los Andes hasta cubrir el gran “Cerro del Sesenta”, la majestuosidad de las Piedras en Alto Pacual y las frías alturas de Providencia. También bordearan las orillas del Río Cristal y estaremos muy cerca de ustedes por más lejos que se encuentren porque esa es la fantasía de la radio...”.

En ese momento algo pasó y las decenas de radios encendidos se callaron intempestivamente, ahogando la alegría de la nueva buena. La transmisión interrumpió la nominación de cada uno de los límites y destacados lugares del poblado.

Pero no fue el único apagón, esa vez fue por culpa de la vieja planta eléctrica del municipio, la que funcionaba abajo en el río San Juan, triste y abandonada por los gendarmes perezosos que evitaban bajar por el temor a los duendes sombrerones. La planta que generaba energía con el caudal del río era tan vieja que no soportó la carga de los equipos de la emisora. 

Lo grave es que hubo muchos apagones más y de mayor consideración, ¿Usted ha oído hablar de la licencia...? ¡ese fue otro camello! con decirle que para que el gobierno con sus soldados nos dejara disfrutar de la música, esparcida por los aires como el canto de las aves, tuvimos que realizar varias mingas y bailes y las mujeres vender millones de empanadas. Así fue que se obtuvo lo que se tuvo. Sin embargo, la tomba seguía al pie de la letra las recomendaciones del Ministerio de Comunicaciones, apagaban las emisoras y cargaban con todo, hasta con los micrófonos y las viejas desnudas de las carátulas de los discos, todo por lo mismo: decían que la emisora era ilegal. Otros decían que era pirata y hasta manifestaban que era clandestina, aunque todo mundo sabía que funcionaba en la calle principal, en la casa de los Bastidas… la primera que se destruyó con el advenimiento del ladrillo y el cemento. 

Recuerdo que un día inesperado casi se tuesta un bendito soldado de esos... llegaron como espías de oficio y empezaron a halar cables por donde pudieron hasta que hicieron un corto circuito y toda la sala se llenó de humo; en la bruma sólo se miraba la injusticia. Un militar que buscaba la línea principal de conexión topó con la de 220 y cayó de la escalera, como tirado por un soplo de gigante. En ese momento la carcajada de los curiosos reventó como arma mortal, pues los uniformados agilizaron la acción bufando su desvergüenza.

La burla fue el consuelo del pueblo. Acababan una de nuestras diversiones favoritas: la emisora era su compañía, su distracción, su encanto. Si usted pregunta a los veteranos sabrá que por esa frecuencia escucharon al padre Rivera poniendo a la raya a todo el mundo. Por esa radio fue que la banda de músicos interpretó por primera vez el himno municipal y, ¡sabe!, todos los tríos veredales se presentaban los domingos. Se formaron varios locutores, los mismos que después animaban las fiestas, socializaban invitaciones, y pregonaban los lemas de los políticos mentirosos. Intentaron trasmitir los temibles partidos del Huracán con el Independiente; pero nunca probaron meterse en las sesiones del Honorable Concejo. 

Hubo un político… dicen que apoyó muchísimo a la causa, pero la licencia, nada. Sin embargo, la estación seguía funcionando, más demoraba el intento de la ley por suspenderla que los dueños en sacarla nuevamente al aire.

No olvido los indiscretos saludos que descubrían amores ocultos, extraños, tampoco las fulgurantes bienvenidas que se daban a los que regresaban al pueblo. Era en tiempo de vacaciones y la gente retornaba de las urbes, en esa época en que viajar al norte era un verdadero orgullo y una gran proeza...

Son momentos que no volverán, pero los llevamos en lo más profundo de nuestro corazón. Estas lágrimas que ahora enjuagan mis cataratas despiertan la sensibilidad que usted como yo hemos perdido con la modernidad.

¿Usted ha oído hablar de la libertad de prensa, la participación y la democracia? No se preocupe no es necesario que la entienda. Ese fue el último apagón. La radio, amigo, era nuestra, la música era nuestra, la sentíamos y la llevábamos dentro, en las venas... la gente respetaba las ideas del otro y era feliz escuchando sus canciones preferidas. Los días de mercado los campesinos traían sus papelitos para que los saluden y aprovechaban para comprar, en la misma emisora, el disco que les gustaba... la radio estaba con nosotros, trabajaba para nosotros, nunca se parcializó con nadie...

Ahora son otros tiempos, es el tiempo de la tecnología, las cosas pasan como pasa el viento, el río y las estrellas, como pasan los años, como pasa la vida en busca de la muerte. Yo, soy un artesano que sigue la vida lentamente y para acompañar las mañanas frías y las tardes calurosas, el viento mudo y el ruido de la ciudad tengo una grabadora que me regaló mi hija... y la música que a mí me gusta me la graban en cinta mis otros dos hijos, la escuchó sin cansancio todos los días y no me falta mi güarito para esos ratos que amerita. Así paso tranquilo, trabajando para poder sobrevivir. 

Si usted quiere vaya un día a la carpintería, escuchamos música y le muestro mi estuche. Sé que a nadie le gusta hablar de la muerte, pero yo ya hice mi cajón. La vida también se apaga, o se la apagan… como a los periodistas que tocan temas espinosos.

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