VECINOS DEL PELIGRO

Con un sentimiento que se confunde, entre miedo, desesperación, impotencia y resignación, la familia Eraso Santander, de Samaniego, vive su tragedia como víctima de un conflicto que como ellos dicen “ninguno colombiano puede entender”. Doña Ruby Santander junto con su esposo, Afranio Eraso, y sus dos hijos Harold y Zamira Isabel, durante toda su vida han vivido en la casa heredada de sus padres, una construcción de dos plantas que infortunadamente sólo una pared la separa de la estación de policía, blanco guerrillero en las últimas incursiones armadas.

Entramos a su casa y al poner el tema la primera exclamación fue “gracias a Dios estamos vivos”. Seguimos conversando y poco a poco, con angustia, van saliendo las frases y se va reconstruyendo el drama vivido el pasado 3 de enero de 2000, cuando un grupo de guerrilleros del ELN realizó un hostigamiento al puesto de policía resguardado por 15 uniformados.

“… fue terrible, por ser época de fiesta, ese día estuvimos 11 familiares, acabábamos de entrar, eso de las 9 de la noche, cuando el sonido de las balas nos confundieron a todos, nos tiramos al piso y esperábamos la muerte…”

Una muerte que después de tres incursiones guerrilleras no ha llegado, tal vez porque la fe religiosa de doña Ruby hace activar los poderes de su Dios. Ella es creyente y, según el padre Efrén Ortega, quien está presente en la charla, puede ser el pago a las múltiples bondades que ha tenido con el municipio de Samaniego. Doña Ruby Santander se ha caracterizado por su trabajo cívico a favor de las comunidades; es una de las fundadoras del Concurso Departamental de Bandas Musicales y una de las impulsoras más sobresalientes de la Escuela Municipal de Música. En ese afán de progreso para su tierra también llegó a ocupar la primera posición como alcaldesa de la localidad, en 1987.

Don Afranio, es un hombre de 62 años, jubilado de Telecom. Ojea la prensa, mira la destrucción de Potosí y comenta “No hay derecho. Tener que abandonar la casa que con tanto sacrificio construimos, no es posible; pero esa es la triste realidad de nuestro país… tener que dejar lo que es de uno y ver cómo nadie le responde por los daños causados”.

En verdad, no hay derecho. La casa tiene su propio garaje, sin embargo, desde hace un año han tenido que pagar dicho servicio. Las huellas de la guerra se van incrustando en cada miembro de la familia y se notan al igual que se notan las huellas de las ráfagas que entraron entre puertas, ventanales y paredes al interior de la casa que minuciosamente y con nostalgia nos indicaron cuarto a cuarto.

Pero esto no es de ahora, lo de hoy es la agudización del problema. Mucho más antes los escándalos de los mismos policías, las protestas en contra de las administraciones municipales, fueron motivos para acabar con la tranquilidad de dicha familia.

Las súplicas para que la estación de policía sea trasladada a otro sitio tampoco son de ahora. Son múltiples las cartas y oficios que se han escrito planteando el problema y haciendo la solicitud a concejales, personeros, Alcaldes y hasta el Procurador; sin embargo, no ha habido respuesta.

Ese 3 de enero de 2000 la angustia amargó a la familia Eraso Santander. Manifiestan que las fuertes detonaciones hacían pensar lo peor. “La niña gritaba y pedía a su padre que no la dejen morir, finalmente desmayó y el caos fue impresionante… el teléfono sonaba insistentemente y escuchamos toda clase de consejos de vecinos, amigos y familiares. Afuera la sirena del vehículo parecía anunciar una tragedia y el humo que se sentía parecía haber destruido las instalaciones… ¿qué hacemos?...”

Creen que el peligro es inminente y frente a los hechos ocurridos en municipios como Puérres y Córdoba la situación es más que preocupante. La forma de actuar en sectores urbanos, involucrando a la población civil que nada tiene que ver con el conflicto socio político, deja sacar conclusiones que para esta familia son sinónimo de desalojo, abandono y en el peor de los casos la muerte.

Al reclamar respeto por su vida, los esposos Eraso Santander manifiestan: “Nosotros estamos indefensos, la policía por lo menos está armada y preparada… nosotros no”.

Según las normas de convivencia un centro armado no puede estar contiguo a un centro poblado, pero Samaniego no tiene un lugar adecuado para brindar seguridad tanto a los uniformados como a los vecinos del lugar. La estación se encuentra compartiendo el edificio de la Alcaldía Municipal desde hace muchos años, una buena razón para que la institución armada continúe allí; sin embargo, ninguna norma dice que ello debe ser así.

Por eso, el final de esta historia queda en silencio. Existe una dualidad, o se va el puesto de policía o se van nuestros protagonistas. Lo cierto es que el pueblo no quiere más víctimas inocentes. En medio de la gran área samanieguense, las casas vecinas de la policía también quieren ser territorio de paz. Habrá que esperar que los sectores en conflicto respeten la decisión de dichos seres indefensos y las autoridades busquen una salida a estos vecinos del peligro.

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